
(Vigilia a nuestra equívoca individualidad)
Nuestros ancestros veían el universo en unión, todo estaba conectado, el reino mineral, vegetal, animal y toda la materia esparcida por el universo a todas las escalas, eran seres vivos con una conciencia evolutiva. Aquellos primeros humanos veían todo como un reflejo, el cielo de la tierra y la tierra del cielo, mostrando el infinito salón de espejos que es la vida. Fueron una especie capaz de proyectar para el exterior todo lo que se manifestaba en su interior, permitían que cada acción se viera reflejada en la repercusión que ésta tenía con el prójimo, siendo este, lo que determinaba su identidad. Pero en algún momento de la historia eso cambió, el mundo sufrió su pandemia más grande, padeció el castigo de la egomanía y la ambición, en consecuencia, esa esencia que venía ligada a la identidad del ser humano, se perdió.
Queremos poner hincapié a esta reflexión y hacerla colectiva, que nuestras acciones y vivencias no determinen quiénes somos, siendo que, fuera de ello, somos parte de de un mismo todo; un todo al que vinimos y al que algún día volveremos, un todo neutral que es el caldo primigenio que tiene el humano como esencial, éste abandonado por la ambición de querer ser diferentes a los “otros”. Vinimos a que nos acompañen a aprender de nosotros, a ver a través de nuestros espejos y así comprender que todo es un reflejo nuestro. Donde el otro es la puerta de acceso a la unión con todo lo que existe.
Te proponemos volver al principio de todo, un nuevo resurgir, una alquimia nueva, un humano que se piense como un punto en el infinito, en el cosmos; que se vea a sí mismo y entienda que, dentro suyo, lleva un universo entero…
In Lak’ech,
Hala Ken