
Letra:
En tiempos de acero y juramentos,
cuando la sangre regía la verdad,
se armó un caballero y gran portento
como faro erguido ante tanta adversidad.
Allí donde el trigo besa al viento
y el arroyo murmura su serena canción,
el caballero forjó el más recto juramento:
un honor sin precio y una justicia sin prisión.
Fortún lo nombraron, de existencia estoica
y tan férrea voluntad como de acción heroica.
Guardaba su feudo como un justo pastor,
con paz en las manos y firmeza en la voz.
Luminaria fue su hoja y su testigo
de justas y batallas con fervor,
mas de infamia nunca fue abrigo,
erigida como flama ardiente de honor.
Montreval, su señor, conde vil de negra fama,
embriagado y con saña, mancilló flor y noble dama.
Personó su vil oprobio en estas tierras campesinas,
que cayeron en sus manos como mártires de ruina.
El alba clareó entre gritos y gemidos,
y Fortún amaneció entre llantos y oprimidos.
Y callar era el camino sin honor, sin destino.
Y vivir por siempre en la ruin senda del mezquino.
En la plaza del burgo, el conde ya aguardaba,
desafiando a todo aquel que lo retara
a señalar su infame agravio a la doncella,
cercado por infantes armados y prestos a querella
Fortún se alzó, con Luminaria en su mano,
y enfrentó severo y firme al conde ufano.
Como rayo que se arroja a la traición,
su voz era trueno y justicia su oración.
¡Hoy rompo el yugo que te erige dueño!
¡Hoy, conde, no esparcirás tu veneno!
A la luz de la verdad, firme me hallo.
!Hoy seré justicia, mas no tu vasallo!
Y así prendió la llama y la atroz contienda.
Y la ruin mesnada sucumbió tras la afrenta.
Y Luminaria se templó con sangre en feroz danza
y el conde huyó proclamando su venganza.
Aún herido en su costado por una vil saeta
prosiguió su cruzada el valiente redentor.
Pues se hirió al caballero, mas no su espíritu
y tras el tirano ya galopaba con furor.
En un claro donde el crepúsculo ardía,
alcanzó al indigno conde su perseguidor.
Su sangre brotaba en ofrenda que latía,
pues sacrificaba su vida por un bien mayor.
Con cada estoque, su aliento se apagaba,
y el conde con pavor aún suplicaba,
mas nunca tanto una hoja de justicia brilló
como cuando la vileza del conde Luminaria selló.
Que mi muerte sea simiente de justicia,
musitó Fortún viendo las estrellas titilar;
y en el claro del bosque, sin amigos ni caricia
halló descanso eterno, sin miedos ni pesar.
Su pueblo, silente y temeroso de represión,
erigió al cobijo del bosque un mausoleo,
refugio sagrado y un último deseo
fraguado con esperanza y admiración.
Hoy su talla, de orgullo y fama coronada,
vigila al pueblo que en su vida honró.
Fortún el Justo, aunque su nombre es nada
comparado con la gesta que su valor forjó.
Y abrazado por profundas raíces,
su sangre regó la tierra que amó.
Y su pueblo, entre lágrimas y cicatrices,
sembró su legado que el tiempo guardó.
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