
Cada fin de semana, Monserrate se convierte en un río humano. Miles de bogotanos —desde abuelitos con sus ramos benditos hasta jóvenes en shorts— emprenden la subida bajo el sol abrillante. Es un caos sagrado: vendedores gritando '¡Aguila, tamales!', peregrinos rezando el Rosario en plena pendiente, y otros pagando promesas a puro pulmón. ¿El premio? Un abrazo al Señor Caído, un chocolate caliente con queso, y esa vista de Bogotá que sabe a gloria... y a cansancio. Así es la tradición más sudada (y querida) de la capital.
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